Un grito ahogado

Santander, 2016. Hace un día maravilloso en San Gil, el sol brilla fuertemente y ese olor de la caña recién cortada y la molienda de panela hacen que se sienta en el ambiente un dulzor único de la región. Humberto recorre las calles con la cabeza en alto, tal y como se lo enseñó su padre: pasara lo que pasara siempre la cabeza en alto, aún si su matrimonio estaba destruyéndose poco a poco.

Rodeado de pensamientos turbios Humberto decide parar para tomar una cerveza en la tienda de la esquina, allí solo puede pensar en sus hijos, en aquellos pequeños que fueron el inicio de una historia de amor, en la que solo podía sentir eso: amor. Por sus hijos, pero sobretodo por su esposa.

Aquella mujer que le dio sus mejores años de vida, su cuerpo voluptuoso, esos labios carnosos dispuestos a besarlo y aquellos brazos que lo rodeaban en las noches frías, que le daban tranquilidad y paz, aquellas piernas que lo calentaban, que lo estremecían y que lo estaban atormentando ahora al recordarlas rodeando el cuerpo de alguien más, un hombre. En su casa, con su esposa, en su cama.

Humberto no era borracho, no acostumbraba a tomar, solo en ocasiones especiales o en las festividades con la familia, pero del trago que había tomado en su vida, esa cerveza que bebía era la más amarga que había probado. Pero entre gestos de asco la terminó, le pagó al tendero y se despidió con la cabeza en alto, como le habían enseñado.

Salió de la tienda y caminó lentamente, recorrió de nuevo el pueblo, salió, volvió al molino, olió la panela fresca, tomó un autobus y se bajó cuando ya estaba lejos de su hogar, ¿Cuál hogar? ¿Qué le quedaba? Todo aquello que le habían enseñado su esposa lo había roto hacía unas pocas horas. Alrededor habían algunas personas, pero esto no fue impedimento, Humberto puso un pie encima de la varanda, luego subió la otra pierna y con la cabeza en alto, así sin pensarlo más de un minuto, se lanzó a un río caudaloso y tormentoso, tal y como era su vida en ese momento.

Las personas alrededor no pudieron hacer nada, simplemente gritaron y pidieron ayuda, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegaron los bomberos no había cuerpo que rescatar, la policía investigó y no hubo a quién culpar y para la familia no hubo cadáver que enterrar. Lo que por amor vino por agua se fue.

La vida nos puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos, cada quién carga sus culpas, cada uno tiene sus pensamientos, pero todos podemos hablar, podemos encontrar la solución aún si debemos desahogarnos.


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