Güepsa, 1965. Dicen que cuando un hombre se enamora de verdad puede llegar a perder la cordura, pero solamente cuando lo siente en el corazón, porque podrán haber miles de amoríos pero un solo verdadero amor. Ciro es uno de ellos, es muy distinto a los hombres de su región, él no es machista, por el contrario ama a las mujeres, bueno a una en particular.
Ciro tal como la canción no tiene dinero ni nada que dar, efectivamente lo único que puede ofrecerle a su enamorada son pequeños poemas, frutas que ha encontrado en el camino y su aspecto físico que refleja una hombría con belleza y ojos más brillantes que la luna.
La mujer siente algo por Ciro y en contra de todo pronóstico se escapa con él, lo besa, lo abraza, lo ama. Un amor de verano en el que la pasión los consumió a ambos, pero deben volver a la realidad. La mujer, vive con sus padres y lo más seguro es que deba casarse con Ciro por haberse fugado con él.
Pasan los años y ese matrimonio forzado deja ya sus heridas, Ciro ama a la mujer, pero también amaba su libertad, poder estar en la cantina con sus amigos y pues sabe que tiene que trabajar para llevar un sustento. La mujer queda embarazada y aunque duran juntos algunos años más, llega un punto en que la convivencia es insoportable para ambos y sin papeles de divorcio, ni testigos, ni nada, cada uno se va por su lado.
Cincuenta y cuatro años después, Ciro está débil, debe usar un bastón para caminar. Su cuerpo consumió toda la chicha que pudo y su higado recibió todo el impacto; sus ojos siguen brillando como la luna y en su rostro quedan algunos rastros de lo que fue en su juventud. Vive en una pequeña pieza y aunque no posee mucho, tiene lo necesario y con eso es feliz, pero su salud se deteriora.
Del destino de Ciro se encargó su hermano y la familia de él, cada año le celebraban el cumpleaños, le daban alimentación y procuraban dar lo mejor por él, ya que se había separado de su mujer y ella no quería tener contacto. Las dos niñas, que ahora eran mujeres eran totalmente opuestas.
La mayor era Claudia, despreocupada de la vida y así mismo de su padre, siempre le guardó rencor pues estaba segura que por su culpa era que su madre se había separado, por tomar trago y estar ausente. Claudia trabajaba pero el ingreso económico que tenía no era suficiente, así que esta fue su excusa para nunca ayudar a su papá y por la misma razón dejarle de hablar.
La menor, que era Cecilia, era lo contrario a Claudia, no le reprochaba a su padre la separación con su madre, creía que las cosas se daban por alguna razón. Cecilia también trabajaba y aunque ganaba menos dinero que Claudia, lo repartía entre sus hijos, su bienestar y su padre. De vez en cuando lo acompañaba a citas médicas y estaba al tanto de lo que le dijera que necesitaba, gasas, medicamentos, con lo que pudiera ayudar.
Pero esto no fue suficiente, la situación de Ciro fue empeorando y su hermano y su familia tuvieron que poner un alto en el camino, nadie se estaba ocupando de él, de su salud y su bienestar, así que fue una sobrina de Ciro quien contactó a las dos hijas. Claudia no contestó, por el contrario cuando la veía en el pueblo no le hablaba; mientras que Cecilia sí se preocupó y le recalcó que contaran con ella para lo que se necesitara de su padre.
La sobrina de Ciro no aguantó más al ver la actitud de Claudia y decidió denunciarla ante las autoridades por abandono. Allí un día citaron en la estación de policía, no solo a Claudia, sino a Cecilia, a Ciro y a su sobrina.
Por obligación Claudia llegó y refunfuñó saludando a su padre, quien aunque ella no recordaba, era quien le había comprado los útiles escolares, le había enseñado a caminar y le había dado su amor.
Cecilia se abalanzó sobre él dándole un abrazo caluroso y preguntándole cómo se sentía. Ciro la miro, le acarició el rostro y con una voz bajita le dijo que estaba bien, que ella le daba alegría. Cecilia había tenido desde pequeña una relación muy fuerte con Ciro, él al igual que con Claudia, la acompañaba al colegio, le daba la mano en las calles, le enseñó a pintar, a cantar y la quería tanto y más que a Claudia.
Cuando llegó el abogado, todos se sentaron; la sobrina de Ciro se sentó un poco apartada y escuchó todo lo que el abogado les decía.
El hombre de traje, miró a Ciro y le preguntó por su salud al verlo tan agotado. Le dijo que tenía que decir algo muy importante y que prefería que fuera Ciro quien comentara la situación, pero que antes las dos mujeres debían entender que era su responsabilidad cuidar a su padre, bueno solo una de ellas.
Ciro levantó sus ojos que estaban llenos de lágrimas, miró a Claudia y le dijo que él la quería mucho al igual que a Cecilia, pero que ella era su única hija legítima. Cecilia no era la hija de Ciro, aquella mujer que lo cuidaba y lo quería no tenía ningún lazo de sangre con él.
Las dos mujeres lloraron todo lo que su cuerpo les dio. Ambas miraron a Ciro quién les explicó que la madre de ellas había tenido un amorío y Cecilia fue producto de eso. Pero que cuando Ciro se enteró aunque le dolió, la perdonó y le dijo que criaran a las dos niñas juntos. Pero la madre de ellas cuando pasó el tiempo no quiso estar con él y simplemente decidió alejarse con las niñas.
Lo único que Ciro pudo hacer fue enviarles algo de dinero de vez en cuando y procurar por el bienestar de ambas, Cecilia y Claudia, todo había sido por ellas.
Las dos cerraron los ojos, abrazaron a su padre y le pidieron perdón, Claudia por haber sido tan cruel con él y Cecilia le agradeció por amarla tanto, porque para ella siempre y eternamente él sería su padre así no fuera de sangre.
Desde ese día le prometieron que lo cuidarían mucho mejor y estarían preocupadas por su bienestar, que por él harían todo lo posible, todo por ti.
Cada historia tiene más de una sola cara, no somos nadie para juzgar, ni mucho menos para condenar. Piensa en aquella persona que crees que está equivocada y medita si crees que tienes el poder para dar un dictamen final, porque al fin y al cabo el que esté libre de pecado, que lance la primera piedra.